Con el manto del cerro nevado del Aconquija como escenario, integrantes de asambleas, medios de comunicación comunitarios, y colectivas de mujeres del noroeste de Argentina, nos reunimos en el I Encuentro de Feministas Antiextractivistas, para debatir sobre género y extractivismo, patriarcado y soberanía.


Estamos en los Valles Calchaquíes, una región geográfica y cultural, hoy repartida entre tres provincias (Tucumán, Salta y Catamarca) y habitada originalmente por diversas comunidades del Pueblo Indígena Diaguita, uno de los 36 preexistentes dentro del actual territorio argentino.

El Norte, ese punto que a Buenos Aires siempre le quedó lejos; no sólo por las distancias materiales, sino también por la incomodidad cultural y étnica que le significó a una capital que eligió escribir la historia del país mirándose sólo a sí misma y a ese puerto que da al océano atlántico. Una frase tristemente célebre dice: «los argentinos descendemos de los barcos», en referencia a las grandes oleadas migratorias que recibimos de Europa, durante los siglos XIX y XX en las provincias del centro (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe) y que revela, a su vez, la negación histórica y el intento de borramiento de la diversidad que habita en nuestras tierras.

Entonces, aquí estamos y no es poco. Elegimos reunirnos en estas geografías, en las que algunas nacimos y crecimos y otras, adoptamos por sus bellezas naturales y culturales. Aquí hacemos ronda, con los pies en estos campos donde vuelve a asomar el maíz como alimento primordial, igual que en el resto de América Latina; siguiendo a esa columna vertebral que es nuestra cordillera andina.

Lo que nos convoca y reúne es la causa socioambiental, la emergencia extractivista que azota a todo el continente desde finales de los años 90’, con sus múltiples rostros: monocultivos extensivos de pino, soja y maíz transgénico, explotación de hidrocarburos con el método de fractura hidráulica o fracking (conocida como la megaminería del petróleo), agrotóxicos, deforestaciones, hidroeléctricas, megaminería a cielo abierto, contaminación urbano-industrial, destrucción de humedales y concentración de tierras, entre otras y la feminista, como mujeres latinoamericanas que somos.

A todas nos convoca el hecho de ser militantes de organizaciones autónomas y comprometidas en la defensa de nuestros territorios, echando mano de diversas estrategias: hay quienes damos la batalla como docentes, en las aulas, haciendo parte de radios u otros medios, con la palabra y la fotografía, otras nos desenvolvemos en la investigación académica o integrando un movimiento que conocemos como «de vuelta al campo», en donde nos abocamos a recuperar la soberanía alimentaria, sembrando y activando circuitos de producción agroecológicos de alimentos. Estamos, todas, en el camino, con aciertos y desaciertos, aprendiendo de otras hermanas que comparten sus recorridos, desde México y Guatemala, hasta Chile y Uruguay. Sabemos que a lo largo de todo el continente, muchas mujeres estamos unidas en una misma causa: despatriarcalizar nuestros cuerpos y nuestros territorios y sabemos, también, que el camino será largo.

Apoyadas en una memoria larga, entendemos que los despojos que padecemos hoy día son una reversión de las economías coloniales, implantadas por la invasión hace más de 500 años; la cual convirtió a nuestra región en proveedora de granos y minerales para el mundo. En ese entonces, a América, se nos explotó la abundancia y entonces nos convertimos en enclaves de plata, cobre y oro, banana, caucho, azúcar y café. No fue posible en aquel momento decidir sobre nuestros modelos de desarrollo (bajo el dominio de Europa occidental primero y de Estados Unidos después, en alianza con los propios gobiernos latinoamericanos), ni lo es ahora con el extractivismo.

Por eso hoy, llegamos a este Encuentro de Feministas Antiextractivas sosteniendo una de las banderas construidas desde nuestras asambleas. Decimos que nuestra lucha es «contra el saqueo y la contaminación», buscando recuperar los reclamos territoriales indígenas y campesinos aún pendientes en el continente. Porque -también coincidimos-, comprender las actuales causas socioambientales por fuera de esta estructura, nos llevaría a perder su historicidad.

10 de la mañana, Famatanca. Poco a poco vamos llegando desde Mendoza, Santa Fe, Jujuy, Salta, Buenos Aires y Tucumán, entre otras provincias. Una compañera ha cedido su casa para celebrar el Encuentro. Aquí compartiremos tres días, hablando de diversas cuestiones vinculadas al género, el territorio, la soberanía. La necesidad de gestar espacios como éstos fue surgiendo de nuestras propias organizaciones y por efecto de las movilizaciones de mujeres, como las marchas del «Ni una Menos» y las luchas por el aborto legal, seguro y gratuito, (la «marea verde», en referencia al color del pañuelo que identifica este reclamo) que continúan ayudando a sacar del clóset las desigualdades de género y la violencia que sufrimos a diario. 

La causa feminista hoy permea todos los ámbitos de la vida. Y entonces nos preguntamos por todo aquello naturalizado que nos oprime: las formas en que llevamos adelante nuestras relaciones sexo-afectivas, los diversas violencias que padecemos (psicológica, económica, laboral, sexual, etc), cómo identificarlas y cómo revertirlas, el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, con la consecuente exigencia al Estado de educación sexual, anticonceptivos, la legalización del aborto y la puesta en práctica de políticas que detengan las redes de explotación y los femicidios.

Desde el frente socioambiental, además, sabemos que extractivismo y patriarcado van de la mano, que las economías de saqueo a las que nos enfrentamos profundizan las inequidades de género y los roles asignados (la mujer en casa y el hombre en los campamentos; como sucede alrededor de los yacimientos de explotación minera y/ o petrolera). Hemos identificado que patriarcado y capitalismo son parte de una misma unidad histórica de explotación de nuestros cuerpos y geografías. Por esto, uno de los lemas de las feministas involucradas en la causa socioambiental es «nuestros cuerpos y tierras no son territorios de conquista».

Hay mucho que dialogar, mucho que desnaturalizar y crear. Y hemos aprendido, también, que las rondas curan. Por eso estamos hoy, aquí, abrigadas por este cerro nevado que es la identidad del Valle y que nuevos proyectos mineros pretenden volar a cielo abierto para extraer minerales.

A mediados de los años 90’, en Catamarca se instala Minera Alumbrera: explotación de oro a cielo abierto más antigua del país. La población fue atraída por las promesas de trabajo permanente y sostenido y debió evidenciar esta falsedad con el paso de los años. A la actualidad, y pese a la riqueza mineral con la que cuenta, la provincia continúa siendo una de las que más dependen de los fondos de la Nación, la megaminería generó una pérdida en diversas producciones agrícolas y los índices de pobreza y desempleo no han disminuido. 

«En Catamarca, tras quince años de explotación de Bajo La Alumbrera (el mayor yacimiento del país y tercero de América Latina) evidenciamos la intensificación de la pobreza, indigencia, desempleo y subempleo, así como uno de los índices más altos del país de dependencia de programas de asistencia social (…)», es una de la conclusiones que podemos encontrar en la obra Colectivo Voces de Alerta, editado en 2011, gracias a un grupo de investigadores y militantes de la causa ambiental que decidieron reunirse para difundir sus trabajos. 

Estas cuestiones son también comprobadas a diario por los y las productoras de la zona, cuando encuentran dificultades para abastecer de agua a sus cultivos. La contracara de esto es que Alumbrera cuenta con el permiso provincial para extraer 100 millones de litros de agua por día, del acuífero del Campo del Arenal, ubicado en la misma región donde nos encontramos.

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Nuestra reunión está impregnada de estas realidades, de la historia larga que nos atraviesa, de las experiencias que hemos caminado junto a las diversas organizaciones de las que hacemos parte y por nuestra realidad como mujeres. 

En medio del campo catamarqueño, en un kilómetro particular, de la ruta 39 que atraviesa pueblos, ciudades y caseríos, montamos tiendas de campaña y comenzamos a armar la ronda bajo los árboles frondosos del fondo del terreno de nuestra compañera. Algunas nos conocemos y otras no. La rueda de presentaciones se convierte en un ramillete de trayectorias personales, donde se cruzan la militancia, el género y las opresiones derivadas del capitalismo que pesan sobre nuestras espaldas; pero también será una unión de risas cómplices y baile, de llanto colectivo y ceremonias que involucren preparar los alimentos para todas, escuchar, aconsejar y pensar herramientas en conjunto. Hemos recorrido grandes distancias, deseando compartirnos. Y quizá esto último sea el motor de todo: el deseo, uno profundo por continuar fortaleciéndonos en colectivo.

En una de las jornadas, una compañera llega a la conclusión de que nuestro hacer y nuestro pensar no están desmembrados y que por eso necesitamos trabajar la tierra, cocinar, compartirnos lecturas, al tiempo que sostenemos otras actividades del Encuentro. Somos hacedoras, la forma en que queremos ejercer nuestra acción política se plasma también en los actos cotidianos del sostenimiento de la vida y entonces, elegimos la práctica en presencia del hacer-sentir-pensar.

Construir política es también recorrer juntas el valle, en silencio, oír atentas el testimonio de vida de cada una, abrazarnos cuando es necesario y dejarnos llorar, sin intervención. Sabemos que la ronda cura, que lo convivencial puede ser un bálsamo incomparable y que, para hacer frente a las múltiples luchas en las que nos encontramos, necesitamos el tiempo y el espacio para acuerparnos.

También hubo momentos destinados a compartir herramientas para hacer frente a casos de violencia de género, como consultorías, profesionales, sitios donde efectuar denuncias y formas de acompañamiento a las personas que los padecen. También plasmamos la voluntad de continuar habilitando espacios dentro de nuestras organizaciones y demás relaciones, para profundizar en la vinculación entre género, extractivismo y patriarcado y discutir las desigualdades que en ellos existan, si queremos avanzar en la construcción de alternativas superadoras a este modelo.

El proceso es largo y en él, necesitamos generan muchos más círculos de mujeres, cada uno con sus formas y en geografías particulares, que nos ayuden a abordar cuántas temáticas emerjan en el camino. Estas son algunas de las semillas plantadas en el I Encuentro de Feministas Antiextractivas.


Imágenes de Marianela Gamboa, Victoria Casado Tolosa y Josefina Garzillo