Casi siempre termino por reprocharme qué diablos hago ahí. Ocurre por las noches, cuando regreso a la habitación del hotel, después de haber ido a seguirle la pisada a la muerte.

Yo debería estar en casa, con mi perro, me digo durante el insomnio. Debería estar allá, en casa y con mi perro, y sentarme a escribir esa novela de amor que he postergado deliberadamente porque es hablar de mis padres y de sus discusiones que me hicieron llorar; porque es hablar de mi ex mujer y no quiero buscar de nuevo una explicación (finalmente, eso es lo único que quiere el dolido de amor, una pinche explicación); porque también es hablar de las mujeres que me han querido y que perdí por no arriesgarme; porque es decir que mi barrio es más grande que sus penas, que aquella inundación de aguas negras la superó porque todos se necesitaron, pero además es hablar de los tipos que mataban por capricho, de las fiestas que acababan a balazos, de la vez que asaltaron la tienda de mamá y ella vio la vi...


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