Por la sastrería de mis bisabuelos Leonardo y Eugenia, situada en la calle de Antonio Palomino, en pleno barrio de Argüelles, pasó parte de la sociedad madrileña desde finales del siglo XIX hasta que estalló la Guerra Civil.
«La casa tenía una subida de escalones de madera que daba a un patio de vecindad tipo corrala. Era preciosa, con un salón muy grande con chimenea —que nunca se usaba— y un hall de entrada que comunicaba con cinco habitaciones. Siempre había gente, sobre todo cuando mis padres alquilaban un organillo para las fiestas de Madrid, y luz, mucha luz que entraba por los tres balcones que tenía a la calle, llenos de flores que regaba mi madre, quien cuidaba tanto de mis hermanos como de mi padre», me contaba mi abuela sábado tras sábado cada vez que bajaba a verla cuando era pequeña.
Ella, Dolores —o Lola, como la conocían en el barrio— era la menor de diez hermanos, nacida en 1920, y fue la última en irse. En su pisito cerca de la antigua sastrería familiar que ar...


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