Una botella abandonada en las playas de Gaza debería viajar cerca de 2.500 kilómetros antes de alcanzar las costas de Cerdeña, atravesando un mar que recoge milenios de historia. Una distancia en línea recta. Y este término sólo ya da escalofríos.
Nuestra botella quizás podría cruzar su ruta con la de una de las muchas lanchas cargadas de inmigrantes, cerca de Lampedusa, y podría tocar tierra en cualquier lugar, como todo lo que está en manos del destino. O podría seguir su viaje y rozar Túnez, superar Sicilia, dirigirse hacia Cerdeña. Las corrientes podrían conducirla al Golfo de los Ángeles de Cagliari, donde según la leyenda entablaron batalla el Bien y el Mal, el arcángel Miguel y el rebelde Lucifer, y donde quedó el promontorio de la Silla del Diablo como testigo. O podrían hacerla subir a lo largo de la costa oriental, depositándola finalmente sobre una de las playas de Ogliastra, o en la occidental, quizás en la zona del Cabo de Teulada. Incluso podrían ser tan tenaces, e...


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