Aunque los rascacielos luzcan y brillen con la misma intensidad, la profesora y traductora noruega Cecilie Gamst Berg, afincada en Hong Kong desde hace décadas, constata las metamorfosis lingüísticas de Hong Kong en  los últimos decenios y la creciente irrupción del mandarín. 

 

A simple vista Hong Kong parece no haber cambiado en los últimos 20 años. Los rascacielos iluminados por la luz de neón pueden ser más altos y numerosos o puede haberse doblado el número de coches que atascan las calles, pero para un observador casual la ciudad parece la misma.

Los icónicos tranvías aún pasan traqueteando por las calles abarrotadas; y no cuestan mucho más que hace 20 años. Los obreros de la construcción aún se agarran a precarios andamios de bambú y se pasan la pausa del almuerzo leyendo los periódicos dedicados a las carreras de caballos fuera del Jockey Club tras haber malgastado sus exiguos salarios apostando. El Star Ferry aún cruza el puerto de...


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