Hay que celebrar las librerías: esos espacios donde viven volúmenes (casi) infinitos y donde los lectores encuentran refugio. Pero, ¿sabemos qué diferencia hay entre una buena librería, una librería bonita y una mala librería? Para no equivocarnos, nuestro colaborador Jorge Carrión, autor del ya clásico ensayo Librerías, ha confeccionado una lista con sus mejores recomendaciones a nivel mundial.


Si tuviera que escoger una única virtud de las librerías sería el siguiente: nos ofrecen un horizonte de estabilidad. Se dirá que lo mismo ocurría con las iglesias y ocurre todavía con las bibliotecas, incluso que eso mismo es lo que nos ofrecen las pantallas rectangulares con las que convivimos cotidiana, íntimamente. En las tres priman las líneas rectas, pero mientras que los templos clásicos y las bibliotecas monumentales nos empequeñecen, las pantallas del móvil o del ordenador nos agrandan; las librerías, en cambio, son por lo general a nuestra medida, la medida de nuestros cuerpos, de nuestras miradas y dedos. Como las bibliotecas públicas, de barrio, con las que dialogan de tú a tú, porque se nutren mutuamente, en el marco de una red ciudadana de lectores.

Antes de la crisis española los colegios y las bibliotecas tenían un aspecto más precario que el de las sucursales bancarias. Pero en los últimos años, tras las fusiones y los escándalos y los reajustes, mientras los beneficios se mantenían e incluso se disparaban, la parte de las cajas o los bancos que tenía que seguir sirviendo a los clientes, a los seres humanos de carne y hueso que alimentamos a la bestia, ha sido la única que se ha resentido. Han desaparecido sedes. Los empleados han sido reasignados. Ahora, en una misma sucursal ves convivir a los trabajadores que antes se repartían entre las tres de tu barrio. La precariedad, por tanto, también han entrado en la banca. Es más: en mi barrio las bibliotecas y los colegios son mucho más dignos que las antiguas cajas, cerradas, redefinidas, en obras. Mientras tanto, las librerías han permanecido idénticas a como eran antes, a como recordamos que siempre han sido.

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Tengo la suerte de haber vivido cerca de Laie, de La Central, de Documenta, de Altaïr, y de hacerlo ahora cerca de Nollegiu, La Petita y Etcètera. Librerías que no tienen nada que envidiar a las mejores del mundo. La crisis les ha afectado, como a todo, pero ahí siguen, sólidas, físicas, porque no sólo podemos vivir de píxeles, porque necesitamos espacios en que la perspectiva invite a la conversación con lo otro y con los otros, al tacto, al libro.

Tal vez por eso cuando cierra una sucursal bancaria no hay noticia, y en cambio sí la hay cuando cierra una librería. No es por una perversión mediática: es porque perdemos parte de nuestro horizonte común. Y es necesario que se sepa, para oficiar el duelo.


Storymap creado por Jordi Brescó